Sobre los argumentos a favor de las éticas centradas en el sufrimiento

La siguiente publicación es un resumen del artículo Los argumentos a favor de las éticas centradas en el sufrimiento que puedes consultar aquí. Esta es la síntesis de la traducción del texto original de Lukas Gloor publicado bajo el título de “The case for suffering-focused ethics”, cuya consulta está disponible en este enlace.

El término “éticas centradas en el sufrimiento” nombra a aquellas posiciones morales que otorgan una importancia principal a la prevención del sufrimiento.

Para presentar una argumentación convincente a su favor exponemos cuatro principios motivadores distintos (o intuiciones), que pueden servir de base para la preocupación por el sufrimiento como una prioridad moral:

Hacer felices a las personas, no crear personas felices

Consideremos el siguiente experimento mental:

Dos planetas

Imaginemos dos planetas, uno vacío y otro habitado por 1.000 seres que sufren una existencia miserable. Volando hacia el planeta vacío, podríamos crear 1.000.000 de seres que vivirán una vida feliz. Al volar al planeta habitado, podríamos ayudar a los 1.000 seres desgraciados y darles los medios para vivir felices. Si hay tiempo para hacer ambas cosas, ¿a dónde iríamos primero? Si solo hubiera tiempo para volar a un planeta, ¿cuál debería ser?

A pesar de que podríamos crear una cantidad de seres felices 1.000 veces superior a la de los que ya existen, la intuición moral de muchas personas conduciría a ayudar a los seres infelices. Para quienes tienen esta intuición, preocuparse por el sufrimiento parece ser de mayor importancia moral que crear seres nuevos y felices.

Por el contrario, evitar que se agreguen seres desgraciados al mundo parece tan importante como preservar la felicidad existente. Y sería obvio para la mayoría de las personas que una situación en la que 1,000 seres existentes pasan de felices a desgraciados es mejor que una situación en la que 1,000 seres se mantienen felices a costa de crear 1,000,000 de nuevos seres infelices. Esto sugiere que nos preocupamos por reducir el sufrimiento de los seres existentes y potenciales por igual, mientras que priorizamos la promoción de la felicidad de los seres reales sobre la felicidad de sus homólogos meramente potenciales.

El sufrimiento a nivel de tortura no puede ser compensado

Imagina que te sacan de tu vida cotidiana para hacerte elegir entre dos opciones: 1) mueres ahora sin dolor o 2) tienes que experimentar la peor tortura posible durante una semana para ser recompensado posteriormente con cuarenta años de dicha en una máquina de experiencias perfecta, que culminará en una muerte sin dolor. ¿Qué opción elegirías?

Lo que hay que preguntarse es si el sufrimiento a nivel de tortura puede ser compensado por otras experiencias; ¿habría personas que aceptarían tal trato? Una negativa a aceptar esta compensación sugiere que este nivel de sufrimiento no puede, al menos para algunos individuos, ser contrarrestado por grandes cantidades de felicidad. Sin embargo, hay personas que sí aceptarían este trato. La pregunta, entonces, sería: “¿por qué lo hacen?”.

Cuando se trata de evaluar la calidad de vida de otras personas, siempre hay un elemento de paternalismo, incluso en el caso personal. Es decir, quienes sufren lamentarán la decisión tomada por la persona que eran en el momento anterior y desearían que su situación cambiara. Por el contrario, después de unos años de la felicidad más sublime en la realidad virtual, la persona en los momentos más recientes y felices podría terminar concluyendo que, en retrospectiva, el sufrimiento valió la pena después de todo.

Si bien parece plausible que las personas elijan racionalmente cuando deciden someterse a compensaciones que impliquen un sufrimiento extremo en sus propias vidas, parece más controvertido afirmar que una medición del valor del sufrimiento y la felicidad pueda establecerse desde una perspectiva externa. El siguiente experimento mental respalda esta intuición al resaltar una diferencia importante entre las compensaciones de bienestar intrapersonales e interpersonales:

Instanciador de conciencia

Parte 1: imagina que estás sentado en una toalla en la playa. Hace mucho calor, pero estás descansando cómodamente a la sombra. Después de un tiempo, sientes un fuerte deseo de darte un refrescante baño en el océano. Desafortunadamente, has olvidado tus sandalias y vas a tener que caminar descalzo sobre la arena caliente. Decides que el dolor provocado por caminar sobre la arena caliente valdrá la pena por el placer de nadar en el océano, así que te levantas y vas a bañarte.

Parte 2: imagina que estás controlando un superordenador que puede implementar estados de conciencia. En el panel de control que tienes frente a ti ves que tienes la opción de instanciar algunos “momentos de arena caliente” dolorosos con el 10% de los recursos del ordenador, y muchos “momentos felices de nadar en el océano” con el otro 90% de la potencia del ordenador. Las dos experiencias no estarán conectadas entre sí, es decir, no habrá recuerdos del dolor en la arena en los momentos en el océano, y en el paseo por la arena no se experimentará ninguna anticipación del refrescante chapuzón. ¿Elegirías ejecutar estas experiencias conjuntamente?

Curiosamente, es mucho menos obvio que la compensación en la Parte 2 “valga la pena”. Nuestro propio comportamiento para calibrar entre placer y sufrimiento parece estar impulsado por factores que no solo corresponden a la intensidad del sufrimiento o el placer en cuestión. Cuando se eliminan tales factores externos y solo estamos viendo “experiencias en crudo” nuestras intuiciones con respecto a los tipos de intercambio apropiados pueden cambiar drásticamente y sencillamente desaparecen muchas razones de por qué uno podría verse tentado a aceptar el sufrimiento en el caso intrapersonal.

Esto sugiere que, incluso para las personas que podrían inclinarse a aceptar el trato descrito anteriormente para sí mismas, sigue siendo una pregunta abierta si deberían aplicar el mismo tipo de intercambio en un contexto imparcial o altruista.

La felicidad como ausencia de sufrimiento

Una visión generalizada es que la “felicidad” consiste en la ausencia de sufrimiento. Perseguimos los placeres porque, sin ellos, desarrollamos anhelos de estos placeres. Y estos anhelos constituyen una forma de sufrimiento o insatisfacción. Si un estado está completamente libre de anhelos, hay un sentido en el que este puede considerarse perfecto; la evaluación interna inmediata en tal estado concluirá que no es necesario cambiar nada. En consecuencia, el placer tiene una “mera” importancia instrumental, porque inundar la mente con placer es una de varias formas de deshacerse de los anhelos.

Quienes estén en desacuerdo podrían objetar que un mundo en el que todos los placeres se redujeran a “mera” satisfacción sería poco emocionante y bastante monótono. Se perderían todos los picos de los placeres sensoriales y emocionales, como comer nuestras comidas favoritas, lograr un proyecto a largo plazo o estar enamorados.

La parte reflexiva de nuestra naturaleza se preocupa por otras cosas además de por nuestras experiencias de momento a momento. Para esa parte de nosotros un mundo de simple satisfacción sería insuficiente. Buscamos placer no porque el placer sea valioso en sí mismo, sino para ahogar el aburrimiento o los anhelos de placer.

Consideremos el siguiente experimento mental:

Monjes budistas

Imaginemos un gran templo en el que hay 1,000 monjes budistas que están absortos en la meditación; sus mentes descansan en perfecta satisfacción. Desafortunadamente, todo el templo se derrumbará en diez minutos y todos los monjes morirán. No podemos hacer nada para evitar el colapso del templo, pero tenemos la opción de presionar un botón que liberará una droga gaseosa en el templo, que producirá de manera segura cantidades extremas de placer y euforia sin efectos secundarios. ¿Deberíamos presionar el botón?

Una razón a favor de presionar el botón es que podría hacer que los monjes creyeran haber alcanzado el estado de iluminación tan buscado después de toda su vida. Pero supongamos que los monjes del templo ya están plenamente satisfechos con los logros de sus vidas: la euforia inducida por las drogas cambiará la calidad de su experiencia, pero no sus creencias sobre la iluminación o sus logros meditativos. ¿Debemos entonces presionar el botón?

Es tentador sentirse más o menos indiferente ante esta situación. Al mismo tiempo, no parece particularmente importante o moralmente apremiante presionar el botón. En lo que respecta a los monjes del templo, parece que estarán perfectamente sin la droga. Si existiesen costes de oportunidad relevantes como, por ejemplo, una oportunidad para reducir el sufrimiento leve en otro lugar, ¿inducir un estado de euforia a los monjes sería la acción moralmente preferible? Si así fuera, ¿por qué?

Este experimento mental sugiere que las diferencias entre distintos “niveles de felicidad”, es decir, la que tiene lugar cuando se pasa de una experiencia de “neutral” a otra intensamente placentera o “extremadamente positiva”. Curiosamente, no se puede decir lo mismo de manera simétrica en el caso de las diferencias en los niveles de dolor. Nadie en su sano juicio pensaría que convertir el sufrimiento leve de 1,000 individuos en agonía extrema importa moralmente.

Este contraste indica que existe una asimetría entre cómo valoramos el aumento de la felicidad frente a la reducción sufrimiento.

Otros valores tienen beneficios decrecientes

La conclusión repugnante

Imagina que existe una civilización con diez mil millones de habitantes máximamente felices que nunca experimentan ningún sufrimiento. Tenemos la opción de introducir más vidas y más felicidad al mundo multiplicando el número de personas en esa civilización. Sin embargo, la forma de provocar esta explosión demográfica también reducirá la calidad de vida de todos los seres, tanto antiguos como nuevos. En la nueva civilización cada persona experimentará mucho sufrimiento leve, una cantidad considerable de sufrimiento moderado e incluso algunos momentos de sufrimiento fuerte. Esas personas también serán muy felices, de modo que la mayoría de los nuevos habitantes sentirán que tienen vidas que valen la pena ser vividas. ¿Deberíamos elegir crear una civilización mucho más grande y menos feliz, o preferimos la pequeña pero máximamente feliz?

La mayoría de las personas probablemente preferirían la civilización más pequeña pero más feliz. Sin embargo, si hubiera una manera de duplicar el tamaño de la población más pequeña al tiempo que se mantiene una calidad de vida perfecta, muchas personas probablemente considerarían esta opción tan positiva como importante. Esto sugiere que algunas personas se preocupan por agregar más vidas y/o felicidad al mundo. Pero teniendo en cuenta que no optarían por la civilización más grande también parece que anteponen los beneficios decrecientes a la felicidad adicional.

Por el contrario, es mucho menos probable que los beneficios que reciben las personas cuando se reduce su sufrimiento sean decrecientes. La mayoría de las personas diría que no importa el tamaño de una población de seres que sufren, agregar más seres que sufren seguiría siendo siempre igualmente malo.

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